We’ve met before, haven’t we?

Carta de despedida de un fanático

Espero que esto no sea tan incómodo para vos como lo es para mí, David, pero como ya sabrás, te acabas de morir y entonces tengo que decirte un par de cosas (que me alegra saber que vas a escuchar porque entendiste que después de la muerte estamos más despiertos que nunca).

Tu cine me cambió la vida. Parece un tópico, y de hecho es un tópico, pero como dijo otro fanático tuyo —Foster Wallace— la razón de que exista un tópico (un lugar común) es una experiencia demasiado repetida, por demasiado verdadera y demasiado humana. Y la experiencia que tuve con tu cine fue iniciática, fue un viaje sin retorno al fondo de lo que vale hacer, contar, mostrar, imaginar.

Te conocí en el 2005, a mis 19 recién cumplidos, cuando andaba de mochilero por el norte argentino y una tucumana que parecía una fruta morena y caliente me hizo anotar en mi libreta dos nombres que resultarían fundamentales, iniciáticos para mi juventud y todo lo que fue siguiendo: Bobby McFerrin, David Lynch. Del segundo lo que me hizo anotar fue un título, Carretera perdida. De vuelta en La Plata alquilé esa película. Mi cerebro recibió una paliza sin nombre ni precedentes desde la pantalla. Sangró y se retorció y al mismo tiempo otro cerebro que no sabía que tenía se despertó y aulló el éxtasis de los pioneros, se incendió como un amanecer de pesadilla, sintió pavor, frenesí, un erotismo morboso, una angustia nueva y dolorosamente deliciosa: dejarse perder en un laberinto.

Quizás la volví a ver esa misma noche. Quizás la noche siguiente. El hecho es que en el espacio de un mes la habré visto unas nueve o diez veces. Como el militante acérrimo que pronto sería, le hablé de la película a cuantas orejas se me pusieron delante y se la hice ver a todos mis amigos. La maravilla era unánime, por supuesto. O si alguien la criticó no mereció el menor espacio en mi memoria. La décima vez fue en el ciclo Freakshow del Pasaje Dardo Rocha, donde la vi por única vez en pantalla grande y donde también mi cerebro original cerró la investigación y concluyó que el problema no era yo que no estaba entendiendo algo y que nunca podía armar del todo el rompecabezas, en realidad no había ningún problema: la historia sencillamente no cerraba. Un detalle tan pequeño una vez que es comprendido y se abre para siempre dicha posibilidad en el cine, en el arte. En ese momento hubo un clic que sigue reverberando en mi interior, con esa luz sucia que sonoriza tus escenas más oscuras, querido David.

Esa epifanía analítica de la 10ª visita a Lost Highway me permitió empezar a entender lo que estabas haciendo en esa película y en todas las que vería después: tu cine era onírico, no se regía por la lógica del mundo conocido sino por la de los sueños, y más en concreto, las pesadillas. Claro, era igual que las novelas de Kafka. Vos estabas haciendo en el cine lo que Kafka había hecho en la literatura. Por eso ibas a homenajearlo doce años después, con la sutileza de rigor, colgando un discreto retrato suyo en una oficina del FBI para una escena breve de Twin Peaks, temporada 3, no recuerdo qué capítulo. Y claro, ahora se hace bastante y se puede encontrar por todas partes, incluso ya no parece tan descabellado… Es que hacerlo después de vos es fácil. Es que habría que tener una máquina del tiempo para entender la cantidad de cosas de las que fuiste el primero en abrir la puerta.

Curiosamente, como si se tratara de un plan de estudios cuidadosamente preparado, la siguiente película que vi fue la que rodaste a continuación: Mulholland Drive (2001), que es en muchos sentidos gemela de Lost Highway (1997), sobre todo porque es su reverso formal. La trama de esta película cerraba como un círculo perfecto. Todas las piezas de la historia eran encastrables en un esquema de dos dimensiones. No había cintas de Moebius ni agujeros de gusano en el relato, lo cual la hacía «un poco menos Lynch» porque Lynch es asimetría y daño cerebral irreparable, pero también la hacía más asequible (con buena voluntad) para el público al que yo iba a ofrecerla y militarla como había hecho con la anterior, y al cabo no hacía sino ensanchar las reglas (porque todo tenía que tener reglas, porque éramos humanos), las posibilidades narrativas y las atmósferas posibles del universo Lynch. Lost Highway era un neo noir en clave heavy metal. Mulholland Drive es un cuento de hadas que se hace trizas contra un espejo negro, en clave doobop. En una sola película no demasiado larga le cambiaste el rostro a Hollywood para siempre. Filmaste tu propia versión del mito, algo así como el lado oscuro de la leyenda de Hollywood, y andá a sacarla ahora del fondo del inconsciente. No podés. No la sacás más. Esas cosas no salen con nada, al contrario: echan raíces.

Pero es algo que ya venías haciendo desde hacía un buen tiempo; lo supe cuando me aporreé tan pronto como pude con el resto de tu filmografía. Conocí tu versión más cruda, o bien tu imaginario en estado puro, en Cabeza borradora (1977), tu ópera prima, la que es sabido que hizo fanático a Stanley Kubrick. Yo cometí el error de ver esa película un sábado al mediodía en casa de mis viejos, almorzando pollo frío en una sala totalmente a oscuras. No se lo recomiendo a nadie y de hecho no volví a ver la película entera jamás. Pero al mismo tiempo siento que de esa forma mi experiencia fue más lyncheana que la de cualquier otro espectador. De hecho, ahora que pienso podría ser el disparador de un ciclo de cine inmersivo de culto.

Después encontraría esa misma poética cruda de paisaje íntimo desencajado en tus primeros cortometrajes, ya en la era de YouTube, pero la clave está en lo que hiciste después, entre Eraserhead y Lost Highway, que es la clave de tu estilo y de tu marca en la historia del cine: el equilibrio (o búsqueda del equilibrio) entre la pesadilla ptósica pura y la cultura de masas, entre un surrealismo de la vieja escuela y el sabor de las producciones en serie para cine y televisión. El punto audiovisual que permite musicalizar la misma película con Marilyn Manson, David Bowie y Elvis Presley.

Con ese hilo conductor se puede hilvanar de manera lógica, progresiva y escalena El hombre elefante (1980), Duna (1984), Terciopelo azul (1986) y Corazón salvaje (1990) hasta llegar al punto amalgama o caramelo: Twin Peaks (1990-1991), léase David Lynch jugando a la telenovela, casi una ópera de suspenso adolescente, prácticamente una carnada para atraer almas inocentes hacia la trampa mortal del largometraje Twin Peaks: Fire Walk With Me (1992). Lo que en la serie de TV es melodrama, inocencia y claroscuro, misterio envolvente como un caramelo, en la película es infierno estridente, es grito desgarrado, tirarse de cabeza al horror. Me acuerdo de estar viendo la película en la misma casa del pollo frío, y que mi hermano pasó por la sala en una escena durísima, con el hombre de un brazo gritando, Laura Palmer gritando, un motor acelerando a tope, era un quilombo y mi hermano me pidió que bajara el volumen. Ese mismo hermano acaba de compartir una historia sobre tu muerte. Eso significa que ganaste, David. Que ya sos un clásico, que el punto caramelo que encontraste es una huella profunda en la historia del cine.

La única película tuya que pude ver en el cine comercial fue tu última, Inland Empire (2005). Duró una semana en cartelera. En la sala habría quince personas como mucho. Yo me senté en la primera fila, quería la experiencia lyncheana completa. Y vos le hiciste a mis cerebros la cosa más inolvidable que viví en un cine. Qué manera de romper hasta tus propias reglas para refundarlas desde lugares nuevos, jamás explorados antes y emulados hasta por los codos después. Para entonces ya era un experto en tus laberintos. Pronto entendí que la forma de la película era fractal, era una espiral girando hacia dentro. Una actriz que va a rodar una película sobre una vieja leyenda polaca, con el pequeño detalle de que la historia está maldita. Entonces lo que vemos es la lenta e insalvable inmersión de esa mujer en la maldición de la historia. La realidad se vuelve un espejo roto y en cada fragmento está la totalidad de la historia reverberada y cada vez más horrorosa, más fuera del tiempo, más exquisita. Pero siempre con pequeños momentos para soltar la carcajada, para salirse de la asfixia y contemplar con asombro un paisaje, una sonoridad, una actuación sublime, una fruta poética pura. Y el final musical como frutilla de ese postre imposible de digerir jamás pero que uno se quedará degustando para siempre. Una reversión del final de Corazón salvaje, en el que ya habías revelado que la magia del cine tiene siempre las puertas abiertas para quebrar esa pared que no es la cuarta, acaso la quinta o la primera, y que cualquier puede cerrar con un número musical a la Bollywood. Sí, incluso una cinta de terror psicológico de tres horas como tu última obra maestra.

Aunque tu última obra maestra ya sabemos cuál es. El regreso de Twin Peaks, 25 años después. Agarrando esa pieza que habías dejado suelta, «volveré en 25 años»… y volvió, volviste. Con cerca de 20 horas de puro cine lyncheano, más libre que nunca, pero eras vos, tan libre como lo fuiste desde Eraserhead, como sólo no lo pudiste ser en Dune y se nota dolorosamente. Fue todo un testamento fílmico, un canto de sirena. Ese agujero negro que se abría en el cielo y se tragaba al personaje que vos mismo encarnabas fue otro símbolo perfecto de tu cine. A quien corresponda leer esta esquela más íntima imposible, si ama el cine como experiencia transformadora, le recomiendo con una mano en el corazón ver esa serie completa. Perseverar. El premio no se puede medir en palabras.

Y eso que ya no he vuelto a ver tus películas desde hace un tiempo. Igual que me ha pasado con otros cineastas mayores como Tarkovski, Zulawski, Bergman, Kurosawa, dueños de poéticas en estado tan puro que son una apuesta a todo o nada, para el creador y para el espectador, y una vez que uno se sumergió en ellas hasta la fiebre y el empacho, hasta la parodia y vuelta, ya no hace falta volver a ver las películas, como me pasó también con Cortázar, que me empaché con él y ya no lo pude volver a leer, pero no importaba. Ya grabaste una secuencia completa en mi ADN, y todo lo que fui después tiene algo tuyo y lo seguirá teniendo. Y puedo detectar los rastros de tu genética en todos lados, ramificándose en todos los elementos del lenguaje audiovisual: diálogos, cameos, fotografías, sonorizaciones, montajes, gestos actorales, plot twists… Desde Tarantino hasta Ari Aster y Sion Sono, nadie puede ni calculo que quiere dejar de robarte, de tomar prestados los códigos que forjaste en la gramática del cine. Y más allá, claro. Suele pasar que mientras escribo siento de pronto un aroma y si miro de reojo a los costados entiendo que me estoy asomando a tu barrio. Es un peligro, pero se aprende a vivir así.

Ya te voy dejando tranquilo, David, que debés estar recibiendo mensajes a montones desde todas partes del mundo. Lo último que te quiero agradecer es Atrapa el pez dorado, y con él todas tus palabras fuera de la pantalla. Tu imagen pacífica y feliz, como si fuera el remate de todo el chiste de tu cine: esas pesadillas profundamente perturbadoras pueden salir de una mente serena y apacible como un estanque zen. No hacía falta ser un poeta maldito y atormentado como en siglos pasados. Podés tener una vida equilibrada, meditar cada mañana para acallar la mente y nutrir el alma, y ahí, en lo hondo de la conciencia unificada, podés pescar los peces más gordos y más dorados, las ideas más fecundas para tu arte personal. Eso es un maestro integral, un artista completo y generoso.

Gracias, David. Si me tengo que quedar con una escena de tu cine, la respuesta sale sola: el hombre de cara blanca que se acerca en la fiesta de Lost Highway y que cuando se acerca hace desaparecer la música ambiente y nos envuelve en un silencio tenso y dice: «Ya nos conocimos, ¿verdad? Sí, en tu casa. De hecho, estoy ahí ahora mismo». Y como no puedo quedarme con una sola apuro otra, su gemela: la escena del Club Silencio en Mulholland Drive. Pero para cerrar esta carta voy a hacer lo que se debe e invocar la música de Angelo Badallamenti, la idílica cortina de Twin Peaks, y con ella nos iremos internando poco a poco en el bosque rebosante de misterio del crepúsculo, y la música se va aletargando, la luz tiende a cero, la cámara se acerca y se aleja… créditos sobre fondo negro y silencio.

Tecnologías Poéticas | Noviembre 2024

¿Cómo transformó el mundo moderno nuestra forma de escuchar, de escribir y de entender la poesía? 

Los siglos XX y XXI son una revolución constante y recíproca de dispositivos, técnicas, lenguajes, estéticas e identidades.

Tecnologías Poéticas es:

  • un seminario en el que exploramos el nacimiento y desarrollo de las poéticas urbanas-industriales, desde el nacimiento de las vanguardias hasta el presente electrónico, virtual y generativo.
  • un workshop en el que elaboramos 3 obras de poesía sonora (poesía para escuchar) inspiradas en las 3 grandes etapas del arte contemporáneo.

No se requieren conocimientos previos para participar.

CUPOS LIMITADOS

Tecnologías Poéticas es un seminario/taller donde abordamos la nueva poesía de nuestro tiempo, la que no puede ser volcada en papel, porque se ha entreverado con las tecnologías de la era industrial: poesía que no se lee porque se dice, se graba, se manipula con medios electroacústicos y finalmente se reproduce como un objeto sonoro. Poesía que ya no es literatura pero tampoco es exactamente música. Un híbrido, una rara avis metamorfa, una frontera que se ensancha y deviene continente.

Veremos distintas estéticas surgidas en los siglos XX-XXI bajo el denominador común de lo urbano-industrial. Escucharemos música experimental, leeremos textos de las vanguardias y escribiremos bajo sus estímulos. Luego grabaremos nuestros textos y manipularemos el sonido con una serie de técnicas simples de edición y mezcla.

Saldremos del taller con una incipiente colección de poesía sonora original, más recursos e ideas para seguir indagando en este universo y desarrollar nuestro sello personal.

INSCRIBITE AQUÍ

POLIPHONÈME #4

La cité:
Je n’ai de panne —elle a le lit.

La rue:
Je’ai des pieds
—comme il l’abaissé

La maison:
Abandonée —la mort dit

Le sol:
t’ es là, ma anode, cristal —heureux.

(Si encontrás el poema en español que emplea la misma secuencia fonética de este poema en francés, escribilo en los comentarios)

EL ICEBERG NARRATIVO | taller de lectura

La literatura de David Foster Wallace brilla como un ave fénix sobrevolando la cultura occidental de fines del siglo XX y que se estrella tragicómicamente contra el paredón que ella misma no se cansa de señalar. Y que es el mismo paredón donde se estrelló ese insecto dorado llamado Kafka. Wallace también construye laberintos, o mejor dicho, también inventa fábulas para guiarnos a través del único y abismal laberinto en que vivimos. Pero los de Wallace no son gris acero y hormigón como los de principios de siglo pasado sino de colores saturados y música funcional al palo, se transmiten en la pantalla de un televisor en la esquina de la cafetería de una estación de servicio perdida en una ruta desierta, en la pantalla todos gritan y se arrancan el cabello a dentelladas pero el televisor está en «mute».

¿Por qué nos gusta tanto David Foster Wallace? Y si aún no lo leíste, ¿por qué necesitas empezar a leerlo cuanto antes?

En estos encuentros voy a compartir mi propia lectura del autor, que poco tiene que ver con la batería teórica académica que abunda en la crítica literaria y las carreras de Letras, porque la mía es una lectura de escritor, que sobre todo presta atención al cómo, a la arquitectura narrativa, al manejo del ritmo, a las inflexiones de la voz, a la construcción de personajes, escenarios y tramas, al color y sabor de las metáforas, a los códigos y patrones que establece cada cuento y los que devienen generales del autor.

A la manera de los cursos de apreciación musical, este es un taller de apreciación literaria: recomendado para escritores en busca de nuevos materiales creativos y para lectores en busca de nuevas voces y nuevos mundos.

POLIFONEMA #3

Si devastar mi sol

en ese hielo ambiguo

te hermana

fantástico, inténtalo

una y mil veces.

Bata y mate el hermano

Mas colmas tu historial

de sangre y de luto.

(Si encontrás el poema oculto en inglés, empleando la misma fonética de este poema en español, escribilo en los comentarios)

POLYPHONEME #2

No chess, in all be doubtless

Are there entropic-us

hairing us

cheering us

manding us

cutting us?

Seek where, thus?

Are then

Be all

Let us in a grass

all soul.

This son unsee us

this chord, young mass…

Are money sun?

Are money sand?

See

the sea

dear.

(Si encontrás el poema oculto en español, escribilo en los comentarios)

POLIGLOTEMA #1

Who does come and mess us?

Art does.

The more ear

the less tea, oh.

(Si encontrás el poema oculto en inglés, escribilo en los comentarios)

Residencia de Escritura | Julio 2024

¿Qué es una residencia artística? Es un espacio recortado en el tiempo para producir una obra específica, compartiendo el proceso con un grupo de pares. Es un grupo de artistas con un objetivo creativo común y una fecha límite. No hay dos residencias iguales, como no hay dos artistas ni dos proyectos creativos iguales. Cada residencia es única, como cada obra que sale de allí.

La Residencia de Escritura de julio tiene dos particularidades:

  1. es de escritura;
  2. es virtual, es decir que no vamos a retirarnos a un lugar paradisíaco durante dos semanas y empezar el día con yoga y luego 4 horas de producción y cortamos  para el almuerzo y después un conversatorio abierto sobre los proyectos y después 4 horas más de escritura o tiempo libre según quiera cada residente mientras el coordinador hace devoluciones individuales y a la noche fogón, por supuesto, sino que vamos a tener 3 sesiones grupales por Zoom con charla teórica, con actividades individuales y con análisis y brainstorm de cada proyecto residente, y durante las 2 semanas de la residencia vamos a ser un colectivo activo, productivo, radiactivo, adictivo, nos vamos a contagiar el enfoque en escribir, en avanzar, en corregir y en terminar.

No hay ninguna condición en términos de género literario, se puede escribir desde un guión cinematográfico hasta letras de canciones para un disco conceptual, narrativa o poesía, ficción o no ficción o autoficción o metaficción, todo vale y será trabajado de la manera que corresponda a la orientación elegida.

No es necesario tener experiencia previa. No es necesario no tenerla. (En realidad, experiencia tiene todo el mundo, de lo que se trata es de ordenarla y potenciarla.)

Tampoco es necesario traer una idea o un manuscrito previo o no traerlo. Si tenés algo que querés trabajar, una idea que te gustaría escribir y todavía no empezaste o algo que empezaste y se te trabó, lo colgaste demasiado tiempo y ahora se siente no sé, raro, o algo que te gusta pero no sabés cómo terminarlo, te preguntás si cierra del todo, o, por qué no, algo que terminaste, que te gusta y hasta te parece que cierra del todo pero sos tan generoso o generosa para con tu idea o sos tan perfeccionista o procrastinador/a de alma que querés ponerlo a prueba con un grupo de pares, que lo lean y lo comenten y te hagan verlo desde otras perspectivas, para darle la oportunidad de que quede todavía mejor y así quedar todavía más satisfecho o satisfecha… es decir: si tenés algo, por pequeño o grande que sea, traelo. Si no tenés más que ganas de escribir, esa pulsión previa a toda palabra que es lo que nos hace ser esto que somos pero que no vamos a decir qué es, vení igual y te vas a ir de la primera sesión con un proyecto (o más) para trabajar durante la residencia.

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