Poesía (definiciones de)

poesía 1 pan de los espíritus en flor.

poesía 2 néctar de su instante.

poesía 3 miel de los días.

poesía 4 botella al mar de la noche.

poesía 5 flauta del viento emplumado.

poesía bastón para sostener planetas.

Publicado en Diccionario Sinfónico.

Arte (definición de)

Universo del concepto / y ahí dentro, viceversa / camino y herramienta / para cavar, tallar, forjar / y procurarse el alimento / y dícese del alimento / que no se toca / de los soles artificiales / de la nupcia entre materia y su reverso / de las escaleras hacia el más allá / de subirlas o bajarlas / de forjarlas / de cuidarlas / de la cantera insondable / de pernoctar en ella / de acampar / de perderse en su desierto y no volver / de enviar señales de humo / de redactar testamentos en lajas de arena / de perder el sueño / para que él te encuentre despierto / de galopar / con la flecha en el horizonte / y las riendas en mandala / de la danza espiral del ser y el tiempo / cuya ínfima repercusión es el humo / de un cigarrillo en un cuarto / a oscuras y silencio / del cielo entretejido / de la aguja paciente / de la oruga que trepa / del volcán que ruge / y cambia las reglas / de un golpe de puño / sobre la mesa donde los dados / ríen / tiemblan / suceden.

Las vidas que tocan

Me tocó nacer cuando éramos gigantes
(aunque no lo sabíamos)
y no movíamos una piedra de lugar
y si por nosotros era
	no movíamos ni el aire.
	
Después me tocó nacer cuando movíamos piedras sin tocarlas
y las cortábamos con el pensamiento
	no era lo que pensás cuando digo pensamiento
	era una forma de vibración
	que de algún modo se escuchaba así que también podés decir
	que las movíamos con música
me tocó nacer cuando hablábamos en música silenciosa
sin mover el aire ni la boca
pero sí los cuerpos para mover la llave
de la puerta entre los mundos.

También me tocó nacer cuando había que moverse para hacer todo
y hablábamos en código
	una especie de pictografía sonora
	la danza germinal de los alfabetos
cuando absorbidos por el magnetismo de la materia
echamos raíz en los sentidos
era el tiempo de tocar
el tiempo de hablarle al mundo con tus propias manos
un tiempo de antenas de corto alcance
	no es lo que pensás cuando digo antenas
y espadas de rango largo
–en el fondo, seguíamos prefiriendo las lanzas
	reminiscencias vagas del viejo tocar de lejos.

A lo último nací cuando la materia se nos despertó encima
de tanto hundirnos hacia ella y cuando de tanto tocar
construimos la forma de hacerla pensar y tocar por nosotros
para tener más tiempo de tocar más cosas
y seguir corriendo en laberintos cifrados
era el tiempo en que telekinesis se decía tecnokinesis
	pero igual no se decía
y la única telepatía admitida era la de un algoritmo
de una manera más o menos tácita era ilegal tocar con el pensamiento
aunque lo hacíamos desde niños
y a veces hasta la tumba
el único requisito era no mentir
si mentías arruinabas la antena
costaba cada vez más escuchar y transmitir
entonces te pasabas de lleno al alfabeto
para que dijera por vos eso que no puede decirse por otros medios
y al tiempo ya te costaba creer que esa antena siquiera exista
	las antenas no nacen, se hacen –y cosas así.

Sinceramente no puedo decir con cuál tiempo me quedo.
No diré que antes vivíamos mejor
tampoco se vive mejor ahora.
Cada vez que me tocó vivir había aspectos evolucionarios y conservadores
en alguna clase de equilibrio
aunque no es lo que pensás cuando digo equilibrio
es un castillo geométrico desmoronándose en cámara lenta
célula por célula hacia dentro y hacia tras
hasta que el mismo castillo aparece por delante y lo releva
de lo que resulta una iridiscencia de cristal o de cuerpo fluido
	por eso, no es lo que imaginás.

En fin,
recuerdo que cada vez que me tocó nacer me tocó aprender algo
pero me llevaba la vida entera recordar qué
y ahí veía si lo había aprendido
y si estaba listo para olvidar otra cosa
y volver a caminar en círculos
y dar vuelta laberintos
hasta inventarla.
El Bolsón, 25-8-21

Historia de la conspiranoia

Dicen que somos ratas de laboratorio
que con nosotrxs están experimentando
nuevas formas de control social
con algoritmos, con vacunas, con redes sociales...

En cualquier caso el experimento habría empezado mucho antes
con la industria cultural, con los televisores y las radios
y aún antes, con la prensa escrita, con los rumores de boca en boca;
dicen que todo el asunto de las nacionalidades es un experimento
para hacer que los de acá se maten contra los de allá
y así los de abajo protegen los negocios de los de arriba
y otros dicen que empezó mucho antes, con las religiones,
otro experimento para someter pueblos a una voluntad intangible
sólo accesible a unos selectos portavoces
y que hasta, en el fondo, desde que somos tribu
quienes detentan el poder experimentan con nosotros para dominarnos mejor...

Quienes van más lejos, miran arriba
y desempolvando códices y jeroglíficos
dan pruebas de que seres alienígenas han pasado por aquí
y sembrado códigos genéticos en nuestra sangre
haciéndonos ratas de un laboratorio cósmico
	según algunas fuentes, con propósitos oscuros
	según otras, buscando un ser superior, tramando evolución
y a fin de cuentas, para la mayoría, somos el experimento de un solo dios
es decir, de Dios, somos su experimento en tiempo real
y para la minoría atea o materialista, somos un más o menos aleatorio
experimento de las leyes físicas, del átomo y la energía
en el laboratorio de la genética, y éste
en el laboratorio del agua, y éste
en el laboratorio de la Tierra, y ésta
en el misteriso laboratorio del Universo.

Muchos libros y películas nos han dejado cara a cara con este misterio
y las noticias de todos los días reelaboran versiones ad infinitum
y por más que no podemos dar una respuesta unánime
la conclusión ineludible es que estamos siendo parte
de un gigantesco experimento
por donde lo mires, somos ratas de laboratorio, o conejos, monos, humanes
y la pregunta que quizás valga más la pena hacerse
cada día al despertarnos, cada noche al ir a dormir,
es:
¿qué tal va el experimento?
¿cuál quiero que sea el resultado?

¿y qué puedo hacer para que resulte?

Pequeños giros poéticos

Hace tiempo empecé a escuchar por ahí
la frase “es bien”
y la verdad que me encanta
decir que tal cosa es bien
es una especie de giro poético
que no puede existir en lenguas como el inglés o francés
donde ser y estar se dicen con la misma palabra.

En realidad es más corriente el giro opuesto:
decir que tal cosa “está buena”
cuando lo que queremos decir es que es buena
(se suele usar también con personas pero
creo que en esos casos no opera el giro).

Imaginate si reemplazáramos por completo
el verbo estar por el ser
y en vez de preguntar cómo estás
preguntamos cómo sos
¿cómo sos vos?, ¿sos bien?

¿Sos bien?

Apología

Yo estaba ahí cuando cayó la noche.
La vi atravesar herida los matorrales.
Sentí sus aullidos, pero no quise entender
las palabras que gemía, por respeto
y por temor a no olvidarlas nunca.

Yo vi cuando cayó la noche,
le dispararon por atrás
como hacen los cometas cobardes
–polizontes astrales incapaces de dar calor–
y ella parecía saberlo de antemano,
un velo de paz le cubría los ojos
como a esos que perdonan a sus asesinos

y vi a la noche caer acribillada
y no de estrellas... de antorchas fanáticas
que trazaron medicinas mientras duró la agonía
y se hundieron de cabeza en la arena como botellas
–como sacrificios de luz–
como los párpados cosidos de un santo.

Pero la noche ya estaba lejos.
Yacía boca abajo y apenas se sacudía
y su único ojo clavado en mí
me confiaba el testimonio
la epopeya o triste elegía
que vierto en garabatos ante este tribunal
sin haber encontrado antes el río de agua blanca
que lava los recuerdos hasta hacerlos espuma
–barba de cielos, jinete de mares, vello de lunas–
donde el yo hace su baño de inmersión en el todo ser.

La noche era inocente, su señoría.
Bien lo sabemos todos.
¿Quién no fue a comprarle cigarrillos de contrabando
y volvió con un barrilete en forma de mandala?
¿Quién no fue su nieto o su pretendiente?
¿Quién no miró sus piernas y tragó saliva
ni sostuvo su blanda nuca de bebé en la mano
y dijo que sí con la cabeza al escucharla?

Al charco de sangre que brotó de la noche
lo llamamos agujero negro
o aljibe invertido
y arrojamos piedras en él y nos tiramos de cabeza
y algunos no hemos vuelto de ese otro lado.

El revólver que fue hallado en sus manos
fue plantado por los corruptos sabuesos del sol.
Que se arranquen la lengua antes de nombrarla.
El cuchillo de su cinto es otra cosa...
¡Lo llevaba desde la cuna!
¡Con él abría el tajo en el cielo para entrar!
¡Con él picaba a los lobos cuando quería concierto!
¡Con él tronchaba el corazón de los hijos
que le sacrificaban hace no mucho en altares
y hoy en callejones, en calabozos y bares!

Cayó con las botas puestas, corriendo como un lince.
El viento que no cesa es el eco...
es el eco.
Lo que corresponde es tapiar las ventanas
y prender fuego las casas
con nosotros dentro.

Por si no lo han descubierto:
sepan que yo disparé la flecha
a la flor de mil pupilas, en el centro
... en el centro.
Yo que la amé como aquí no se conoce.
Yo, que la adoré como una hormiga a una naranja,
que la necesito como un rey a su espejo,
yo solté la cuerda entre mi ojo y su pecho
porque sabía que venían a toda marcha los carros
–anunciados por heraldos de barba roja–
y traían al terrible emperador al hombro.

Estaba rodeada, no había salida.
Así que antes que burlones verdugos
me adelanté a abrirle yo la puerta, con reverencia
y ser la alfombra y el cadalso
y el culpable
y sé que ella estaría orgullosa

aunque eso no importe nada.

Aunque a la vuelta de esta esquina
encontremos la canasta abandonada,
escuchemos el llanto de un hambre nueva
y no recuerde nada, y crezca hasta ser reina
y como una araña envenene a los gallos
y nosotros repitamos los ritos.

¿Cómo no ahorcarla con estas manos
que son el cuenco del río negro?

Quién mató a Kurt Cobain

Hoy descubrí quién mató a Kurt Cobain.

Hoy visité la Capital

la de los altos techos y frenesí apretado

en calles donde el sol dura un minuto.

Yo, un poeta multiforme de provincia,

ataviado con mis sueños de felpa

degustando caramelos esperanza

­–cuyo sabor empieza a entumecer mi lengua–

visité una de las mecas modernas

la que me tocó en suerte más cerca

y admiré de reojo las antiguas fachadas

yuxtapuestas con máquinas de espejismo digital

mientras me abría paso con prisa

            –me dijeron que hay multa si vas despacio–

entre pelotones de caminantes

cuyas vidas siempre traté de imaginar en detalle

y al mismo tiempo

en infinitésimos intentos de concebir el conjunto de la vida

entre avenidas bochornosas y callejones con locales

que nadie sabe de qué viven, a quién venden, cómo llegaron ahí.

Caminar en la Gran Ciudad es un oficio de equilibrista

más que estarse en pie en sus trenes subterráneos

porque a un lado están los datos del agobio

la propia carne que hornea lento el hormigón de verano

o el frío sibilante entre las capas textiles

el chaleco de fuerza que elegimos cada día

y la vista que se quema para ver si está en rojo

o si vienen taxis rapaces por el callejón

y las hileras de carteles que ofrecen carne viva

de mujeres encerradas en algún departamento

algún departamento

levantar la vista para contar las ventanas

¿toda esta gente hay?

y empieza el mareo

y apoyarse en una pared rayada por grafiteros

anónimos e invisibles como murciélagos

de los que sólo hablan sus huellas a la luz del día

pero la pared en que apoyamos nuestra mano

era una puerta de atrás de un gran pasillo

al que nos vamos de bruces

escaleras oscuras, danza trastabillante

y damos con un depósito de chucherías y ratas

donde fuman dos empleados, fornican otros dos

un hombre atado a una silla nos mira con grandes ojos

y hace gestos desesperados entre el sudor que le chorrea

y la tierra empieza a gemir como un trueno impetuoso

pero más parece un volcán, es la Gran Ciudad

que se da vuelta para seguir durmiendo

mientras los insectos que somos nosotros

le siguen picando la piel, surcando las venas

y a ella le da lo mismo.

Pero uno es un equilibrista

el que sobrevive cada día mantiene el equilibrio

y no se apoya en esa puerta

no deja subir la náusea hasta el esófago

para ello se aferra al otro lado del aire

a las estampitas gigantes que todo lo ven

donde mujeres ríen y hombres fuman y callan

o conducen autos más grandes que el sol

uno se aferra a los puestos de revistas

donde las mismas mujeres ríen en pequeños estampitarios

que uno puede llevarse a casa por unos pocos billetes

para seguir haciendo equilibrio

para no marearse con el fractario horizonte peatonal

pequeños televisores de papel con sus colores brillantes

sus programas de entretenimientos

sus juegos

sus humoristas invitados, qué bueno que es reír

y sus propagandas

en seguida volvemos después de esta tanda

de páginas y páginas de carnes apretadas

y zapatillas trotamundos

y perfumes, cigarrillos y colchones y paisajes

vos también podés ser el rey

la entrada al paraíso en tu muñeca

paseá por el paraíso en cuatro ruedas

la ropa del paraíso es ésta, y ésta, y ésta

seguí ahorrando que te esperamos en

y uno cuenta las monedas que le quedan

sin contar las del bondi

ni las del mendigo

y queda para dos o tres caramelos

esperanza

y a esta altura no se los degusta con calma

se los mastica de golpe

con crocántica ansiedad.

Todo deviene espejismo si uno se detiene

y mira fijo y ajusta el foco

            –pero se multa a quien se quede quieto en la vía pública–

como no alcanza el tiempo ni hay dinero para multas

nadie lo hace

pero juro que al frenar en seco y mirar a un lado

la Gran Ciudad se convierte en piedra,

se revela laberinto sin fondo

o se desintegra como un sueño develado

y dura lo que una inercia de bicicleta

hasta desplomarse entera sobre los que no se corran.

Pero nadie frena en seco

(“gravísimas multas”)

todos seguimos nuestro camino pedaleando

dándole cuerda al reloj de la muerte

lenta de cada día

y juntamos monedas para los caramelos esperanza

ahora sabor a fruta del trópico

sentite en la selva sin mover un dedo

y cosas así por todos lados

y ahí fue que vi mi reflejo en una vidriera

atrapé mi propia cara con la guardia baja

y entonces recordé a Kurt

en una de sus fotos memorables

vi esa mirada de tristeza en blanco y negro

ese desencanto sin consuelo

como un primer bajón de droga dura

como descubrir que Superman no existe

que la lotería son los padres

ah, cómo explicar que esa comunión instantánea

fue tanto más que la suma de un parecido y un deseo

como en las epifanías, como en esos momentos de Gracia

de los que hablan las religiones más vendidas

el dolor de Kurt Cobain se encarnó en mí

porque entendí que él se vio del otro lado

él me vio a mí, acá, ahora, mirándolo en un cartel

luminoso en un poste de luz en una revista

en un afiche en la pared de una autopista

en un folleto del paraíso capitalista

y en mi mirada se reconoció a sí mismo

Kurt también pateaba las calles del abismo

y a veces se quedaba como bobo mirando carteles

se vaciaba los bolsillos en caramelos y arcades

y en las borracheras de esperanza sentía que era posible

y Kurt llegó, oh él sí llegó al otro lado

de la revista, de la pantalla, del espejismo

y comprobó que de ese lado no había sirenas

ni había ninfas ni ángeles con trompetas

sino cámaras, luces, asistentes de producción

agendas cronometradas

y plástico

pero muchísimo plástico:

fiestas de plástico, risas de plástico

tetas de plástico, palabras de plástico

vidas de plástico, casas de plástico

horizontes de plástico.

Y ahí fue que Kurt

no tuvo siquiera adónde volver

su vieja casa la había quemado en una fiesta

su vieja ropa la regaló a un hospital de adictos

sus caramelos se vencieron. Ya está.

Kurt, bello hermano,

creo que nacimos en el momento equivocado.

19/11/2014