Cantemos esta tierra, vida mía, que sea a rienda suelta y boca llena y no la invada el eco de sirena que aúlla en las ciudades de agonía. Sembremos clarinetes por un día y develemos la sutil colmena que esconde el laberinto de la pena a un paso de volvernos sinfonía. Y que otros lloren la cuestión del oro y midan cada gesto con decoro o los asole la melancolía. Nosotros divulguemos el tesoro. Icemos hasta el sol un blando coro que llueva en la esperanza y se haga guía.